Venecia dejó de ser una isla cuando, en los últimos días de la república, ya convertida en una potencia europea, sus asuntos cada vez más dependientes de los italianos obligaron a establecer comunicaciones definitivas por tierra. Dejando atrás su pasado insular y sus limitaciones de ciudad-estado aislada y sujeta a las rutas marítimas -estado al que habían llegado más de mil años antes debido a la necesidad de protegerse de las invasiones que llegaban por tierra, y que había supuesto una ventaja en ciertas circunstancias- se aliaron de nuevo con la tierra firme a través de un puente, construido por los austríacos en 1846 con una línea de ferrocarril que unía Venecia y Vicenza, que termina en la actual estación a la entrada de la ciudad.
Pero a lo largo de la historia moderna, muchos visionarios idearon nuevas formas de hacer llegar el ferrocarril a Venecia, como nos cuenta Jan Morris en su libro Venecia (2008, RBA Libros S.A, barcelona), que ha sido la fuente de inspiración de este trabajo:
"En una ocasión, se hicieron planes para que los trenes llegaran hasta el centro mismo de la ciudad; tenían que pasar por detrás de la Giudecca por una vía elevada y terminar al lado de la iglesia de Palladio, en el islote de San Giorgio Maggiore."
Trabajo realizado entre febrero y marzo de 2009.
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